martes, 22 de julio de 2014

IV--LA CIUDAD DORADA


El Callao

Compañía Minera de El Callao

El Correo del Oro

Los Túneles 

Don Antonio Liccioni


EL CALLAO, como pueblo, data de 1864 y se halla enclavado en las antiguas tierras de la Misión de San Félix de Tupuquén, la cual empezó a fundarse en 1770, destacando entre sus fundadores, Fray Leopoldo de Barna, quien para 1799 dio a conocer una población de 567 habitantes, predominantemente indígenas.
         Dentro del territorio misional discurría la quebrada de Caratal, donde los indios encontraban a flor de tierra, pepitas de oro que entregaban a los misioneros.  Pero la existencia de oro rodado o aluvional de esa quebrada providencial de Caratal no transcendió fuera de aquellos contornos, sino cuarenta años después cuando por la zona estuvo explorando el brasilero Pedro Joaquín Ayres y luego en 1850, el barquisimetano Pedro Monasterio Soto, quien antes había estado en Guayana acompañando como edecán al general José Laurencio Silva  cuando vino a  apaciguar a los angostureños tras el atentado que arrebató la vida al general Tomás de Heres.
         Caratal para 1857 era unos cuantos ranchos entre los árboles, habitados por mineros que iban a lavar la tierra aluvional de los barrancos al Salto Macupia.  Para entonces sólo explotaban el oro de Caratal 32 negros trinitarios, tres ingleses, 3 franceses de las Antillas y 6 de Demerara, mezclados con venezolanos de varias provincias.
         Es a partir de 1860 cuando a las autoridades y empresarios de Angostura se les prende el bombillo y comienzan a tener interés por el suceso dorado de Caratal de la Misión de Tupuquén.  Florentino Grillet, quien a la sazón era Presidente del Estado Bolívar (también lo había sido entre 1841 y 1842), envió una avanzada de exploradores a la Misiones de Tupuquén y la Divina Pastora y ésta encontró oro en Cicapra, lo cual le dio base para organizar la explotación bajo la firma de Compañía del Yuruari, con capital de 50 mil pesos.  Quedaron abiertos así dos frentes:  el de Cicapra y el de Caratal que siguiendo las costas del Yuruari dieron lugar a numerosas empresas que fueron a converger en las grandes vetas de Nueva Providencia, entre ellas, Caratal, Potosí, Chile, Eureka, Chocó y el famoso filón de El Callao que dio origen y cuerpo permanente a lo que es hoy el municipio El Callao.
         De manera que para 1864, el pueblo de El Callao no existía como tal sino un filón de oro denominado así y otras minas alrededor de las cuales se conformó el pueblo de Nueva Providencia con sede en Caratal.  El Callao, en todo caso, aparecía como un multiplicado campamento de ranchos o viviendas improvisadas.
         Nueva Providencia para 1864, en cambio, figuraba como un distrito, al igual que Pastora, Tupuquén, Tumeremo, Miamo y Guasipati, dentro de la jurisdicción del Departamento Upata del Estado Soberano de Guayana.  El nombre El Callao no figuraba en la Ley de división político territorial del Estado; sin embargo, a lo largo de los años se impondrá por la misma fuerza socio – económica de la mina.
         El 26 de abril de 1869, Juan Bautista Dalla – Costa (hijo), Presidente del Estado Soberano de Guayana, dotó de ejidos al Distrito Nueva Providencia, apoyado en una Ley del Congreso de la República del 28 de marzo de 1853.  Entonces le concedió cuatro leguas cuadradas de ejidos, tomando como centro las “Cuatro Esquinas” del pueblo de Nueva Providencia o Caratal.
         Al cabo de seis años de explotación sostenida del filón a través de barrancos, El Callao tomó forma de caserío y fue entonces (1870) cuando comerciantes bolivarenses que sostenían con préstamos, útiles y víveres la explotación, deciden organizarse para comprar los barrancos y explotarlos a través de una gran empresa aurífera.  Surge entonces la Compañía Minera de El Callao.
La Compañía Minera de El Callao surgió inicialmente formada por 32 accionistas, los cuales aportaron un capital de 120.000,00 bolívares que fue aumentando en años posteriores por necesidad de la mecanización de la explotación y consolidación de las concesiones, las cuales llegaron a sumar 3.253 hectáreas.  La explotación aurífera en forma organizada y en gran escala llevó a la Asamblea Legislativa a legislar sobre la materia dictando en 1875 un Código Minero, tanto para estimular la explotación como para que el Estado recibiera por ello un beneficio impositivo.
         A tres años de este primer Código Minero (6 de febrero de 1878) se reconstituye y legaliza con nuevo capital, la Compañía Minera de El Callao, bajo la presidencia del corso don Antonio Liccioni.  Durante su administración las minas de El Callao alcanzan una producción asombrosa que las colocan como las más ricas del mundo llegando al tope de 8 mil 200 kilogramos en 1885.
         La abundante producción aurífera hizo posible un conglomerado poblacional muy heterogéneo y atrajo a buscadores de fortuna de todas partes, entre ellos, ingleses, franceses, norteamericanos y canadienses que invirtieron en empresas cuya vida marcaban la importancia y cuantía de las vetas que explotaban.  Unas corrían con mejor suerte que otras.  Se dependía mucho de vestigios y azares toda vez que no se trabajaba sobre reservas técnicamente cuantificadas y cualificadas.  Por esa circunstancia colapsó en 1897 la Compañía Minera El Callao, la cual llegó a embarcar por los puertos de Ciudad Bolívar un promedio mensual de 8 mil onzas de oro.  Los meses de agosto y diciembre resultaban generalmente los de mayor auge (11 mil onzas).  En 1886 comenzó a bajar la producción de manera progresiva hasta 1897 cuando la Compañía se declaró en quiebra. 
Para la época no se conocía el Bolívar.  Nuestro signo monetario era el Venezolano, y el Franco y la Libra esterlina las divisas extranjeras con las cuales se comerciaba el oro.  No se conocía otro tipo de transporte que el fluvial a través de barcos de vela o de vapor y el terrestre utilizando burros, caballos, mulos y carromatos tirados por yuntas de bueyes, de manera que la producción aurífera proveniente del filón de El Callao y de otras minas satélites, la transportaba a Ciudad Bolívar dispuestas en barras en el llamado Correo del Oro a lomo de mulas.
         Guayana, región para entonces con un índice delictivo muy bajo, ofrecía margen de seguridad confiable para que los caudales de las empresas explotadoras de las minas de oro, se desplazaran de El Callao a Ciudad Bolívar sin los temores y las medidas extremas que se toman en la actualidad cuando el delito crece sin freno ni medida.
         El encargado de tal operación era un norteamericano de nombre Frank Busch, de 45 años, hombre espigado, sanote, de complexión fuerte, que utilizaba en su diligencia cuatro mulas y dos peones.  El Correo salía puntualmente el día 20 de cada mes de El Callao a Ciudad Bolívar.  El retorno se cumplía el día 6 del mes siguiente con el dinero acuñado para el pago de los obreros y trabajadores de las minas.  Eran tan malos los caminos y tan lento el medio de transporte que tardaba dieciséis días.
         El extranjero del “Correo del Oro”, siempre había sido puntual en su jornada y exacto en la cuenta de sus operaciones hasta el 6 de abril de 1878 cuando de regreso con el dinero acuñado, en horas del alba y tras haber pernoctado en una posada de Carichapo, fue emboscado, muerto por la espalda y despojado de las mulas con  su preciosa carga.
         Hombres armados, disparados sobre caballos, sacaron sus lanzas contra Bush que pasitrote cabalgaba sobre su mula tarareando una vieja melodía del Oeste.  El tropel de los caballos y el brillo emenazante de las lanzas pusieron en fuga a los dos peones del Correo mientras Bush aflojaba las riendas de su cabalgadura y caía mortalmente herido sobre el camino de Rancho de Tejas.   Allí, sangrante y con los ojos abismados, quedó por largas horas el forastero, mientras que sus asesinos se perdían entre la maraña de la montaña por los senderos de La Pastora.
         Isidro Fernández, uno de los hombres ricos del Yuruary era el Prefecto del Departamento Roscio y no quiso proceder a tomar medidas policiales en el caso sin antes ponerse de acuerdo con el Presidente de la Compañía Minera afectada, don Antonio Liccioni, quien decidió asumir la responsabilidad de rescatar el dinero robado, capturar los ladrones y entregarlos a los jueces naturales.
         Al efecto, designó una Comisión de personas residentes en El Callao que por sus títulos y condiciones las creyó capaces de esclarecer el asalto y capturar a los ladrones.  Fueron ellas:  el General Pedro Antonio Díaz, caraqueño; General Manuel de Jesús Contreras, guariqueño; General Cecilio Briceño, barinés; General Celestino Peraza, guariqueño; General Juan Pío Rebolledo; Leoncio Peña, Guillermo Odremán y Juan Crisóstomo Fernández.
         La Comisión auxiliada por vaquianos y los mismos peones de mister Bush, siguieron los rastros de los asaltantes hasta el caserío de La Pastora, a la margen izquierda del Yuruari, y allí logró las pistas que la condujo hasta los cómplices y autores del  crimen.
La comisión, por confesión de Marcos López, atemorizado por la forma como había caído muerto su amigo y compañero Alejos Farreras, cómplice del hecho, indició y capturó como responsables a Miguel Rodríguez (35 años, natural de Cachipo, vaquiano de caminos); Francisco Millán (40 años, de Cachipo, conductor de fletes entre San Félix y El Callao); Calixto Puertas (mulato, agricultor, natural de Aragua de Barcelona) y como autor intelectual responsabilizó al hacendado Gaspar Hernández, una de las personas acomodadas de Guasipati y quien hasta entonces se tenía como digno señor de la comunidad.
El dinero consistente en cincuenta mil pesos contenidos en cuatro bolsones de suela con abrazaderas de cobre y una caja con cinco mil pesos en monedas de plata, fue recuperado junto con las cuatro mulas que amarradas llevaban nueve días de hambre y sed en Potrerito, muy cerca de la Pastora.
         Ninguno de los implicados en el asalto fue juzgado por tribunales ordinarios competentes y murieron aparentemente en situación de fuga.  El hacendado Gaspar Hernández, dueño de una de las mejores casas de Guasipati, estuvo largo tiempo escondido en un cuarto de doble paredes en su hato.  Posteriormente, con la ayuda del novio de una de sus hijas que terminó en el suicidio, se exilió en Trinidad, de donde fue deportado y puesto a la orden de los Tribunales de Ciudad Bolívar, pero al poco tiempo se aprovechó de una escaramuza antigubernamental y volvió a ser prófugo y siendo prófugo por los caminos de la selva, encontró la muerte.
         Los miembros de la Comisión que identificó, capturó y virtualmente ajustició a  los culpables, fueron premiados con el empleo de Frank Bush por la Junta Directiva de la Compañía Minera de El Callao.
         Celestino Peraza, intelectual, político, militar, marino y minero, como ya lo observamos, formó parte de la Comisión que participó en el esclarecimiento del asalto al Correo del Oro, y ello animó a escribir Los Piratas de la sabana prologado por Pedro Sotillo y publicado por sus herederos después de su muerte ocurrida en Villa de Cura el 30 de noviembre de 1930, invalidado por la ceguera.
         Celestino Peraza, nacido en Chaguáramos en 1850, murió a  la edad de ochenta años y en este libro de varias ediciones, donde figura con el nombre de R. A. Peza, ofrece estos pasajes sobre el asalto al Correo del Oro.
         “Antes del amanecer estaban ya sobre sus caballos, listos para maniobrar.  Puerta y Millán, con sus lanzas enastadas; Miguel Rodríguez, con su sable ceñido a la cintura y don Gaspar armado de revólver; todos enmascarados con pañuelos de Madrás, agujereados en la parte que estaba en contacto con los ojos.
            Millán y Puerta iban de frente, apareados, y les seguía Miguel Rodríguez.
            Cuando apenas faltaban veinte metros para salir del bosque les hizo Bush un segundo disparo, pero instantes después le alcanzó Puerta con su lanza, la cual, por haberse enredado por el asta en las charnelas del caballo de Millán, desvió el certero golpe, penetrando sólo cuatro pulgadas en la cadera de Bush.
            Mas Millán estaba allí y completó en un instante la obra comenzada, sacando a Bush de la silla con lanzazo que le atravesó las entrañas.
            Cayó Bush precisamente al salir de la montaña, salida que es allí abrupta, casi violenta; y sus peones, que en efecto habían detenido su marcha en una altura próxima, al oír las detonaciones, cuando le vieron caer y divisaron aquellos enmascarados armados de lanzas, corrieron desolados a otro montecillo próximo, dando alaridos espantosos y dejando en poder de los asesinos mulas y dinero”.
         El asalto al Correo del Oro se repitió 39 años después cuando Tomás Antonio Bello y Feliciano Muñoz transportaban varias barras para las Casas Blohm y Casalta.  El asalto lo perpetró individualmente Osmundo Pastor Ortega, quien dio muerte a Bello y a Muñoz con un rifle Winchester, enterró el oro al pie de un árbol y después emprendió la fuga cruzando a nado el río Caura.  Fue apresado por una comisión y sentenciado a veinte años de prisión que sufrió en Puerto Cabello.  Pero aprovechó la coyuntura de la muerte del dictador Juan Vicente Gómez para no cumplir la totalidad de la condena.  En 1975 falleció en Caracas dejando una libreta de apuntes en manos de un periodista en la que se pinta como un personaje que más que victimario fue víctima de la mala justicia.
         En 1917 fue urdido otro plan para asaltar al Correo del Oro, conducido entonces por José María Rizo hijo, peor la Jefatura Civil de San Félix lo debeló y capturó a todos los comprometidos.
         El plan preveía incluso someter a las autoridades civiles de San Félix y Barrancas.  Pero la policía alertada detuvo a Jesús María Molina, cabecilla de la banda; Luis Vallés, Miguel Cotúa y Francisco Miquilena cuando se disponían a zarpar desde las bocas de San Rafael de Barrancas.
         Otro robo bien sonado antes de la mitad del presente siglo, específicamente el diez de mayo de 1943, fue el perpetrado por dos miembros de la propia escolta, a la remesa de 40.094,05 pesos que la Aduana de Ciudad Bolívar giraba al Tesoro General de la República, vía Barcelona, utilizando diez bestias de carga alquiladas al Presbítero Pedro Ayala, en Soledad.
         El Teniente de caballería Pedro González, segundo comandante de la guardia Nacional de Policía de la provincia y el sargento Pedro Mariches, de la guarnición, con una escolta de seis cazadores del Resguardo de la Aduana, formaban la escolta de los caudales.
         En el pueblo de Chamariapa, donde hicieron alto tres días, conspiraron el Teniente y el Sargento, robándose parte de los caudales que custodiaban.  Denunciados el 19 ante el Juez de Paz de la parroquia, fueron perseguidos y tras un encuentro  fue muerto el Comandante González, se aprehendió al sargento Mariches y se recuperó el dinero robado.
Reportaje de Américo Fernández publicado en el Nacional el 26 de enero de 1968

50 TÚNELES PASA POR EL PUEBLO

Unos cincuenta túneles o ga­lerías abiertas durante años a fuerza de ploga, barra y dina­mita, pasan sin cruzarse por debajo de este pueblo minero de El Callao.
Algunas galerías subterráneas bastante profundas comunican a un poblado con otro y tienen longitudes superiores a 5 Kms. como es el caso del túnel que co­munica a El Callao con El Perú.
Pero las 4 mil almas que vi­ven en este valle circundado de colinas preñadas de vegetación y al lado de un rio —El Yurua­ri---, atravesado por un largo y angosto puente de hierro, no le temen o sienten aprensión por estos largos vacíos subterráneos.
Las galerías se sostienen con pilares hechos de la misma roca subterránea y pocos durmientes porque el subsuelo es suficien­temente consistente, según nos dijo José Enrique Rojas, un minero de 39 años nacido en este pueblo.
Las profundas y largas gale­rías han causado hundimientos de la superficie en algunas zo­nas de El Callao y también algu­nas casas se han desplomado y otras presentan resquebraja­mientos.
En la zona de Colombia se construye ahora un pozo circu­lar de 4 metros de diámetro y unos 500 metros de profundidad a través del cual se piensa abrir siete galerías más para seguir las ricas vetas auríferas cubi­cadas en 3 millones de tonela­das y ubicadas en una extensión de 50 hectáreas, en Caratal, al Sur de El Callao, según nos co­mentó en el curso de una con­versación el geólogo José Gon­zález Conde, funcionario del Mi­nisterio de Minas.
El primer nivel del pozo comenzará a los 1750 metros de pro­fundidad y unirá a las minas de Mocúpia con las de Sosa Mea- • des. Las otras galerías distanciarán en profundidad 50 metros una de otra.
En tiempo de fuertes invierno y desbordamiento del Yuruari algunas galerías se han inunda­do en forma peligrosa. Se re­cuerda que la News Goldsfield of Venezuela que contaba con un  personal de mil empleados y obreros, llegó a paralizar sus ac­tividades por inundación de una de sus minas.
El porqué de las estructuras livianas de las casas de El Ca­llao tiene su explicación en este submundo de cavernas. tenebrosas, con poco oxigeno y mucho  polvillo causante de la silicosis del mi­nero.
Con buen aguardiente y música al compás del bumg bag los negros de El Callao suelen olvidar la dureza y penalidades de las cavernas. Para ellos no será una experiencia nueva abrir siete galerías más. Están dispues­tos y ya comienzan a aunar esta actividad con la producción au­rífera tan maltrecha en los úl­timos años.
Los dos viejos molinos utiliza­dos para el aislamiento y ob­tención del oro, fueron reparados por el Ministerio de Minas Y. en­traron ayer a tratar bajo el pro­ceso de trituración y cianura­ción 600 toneladas diarias de mi­neral para un promedio estima­do entre 4 y 5 kilogramos de oro.
Los molinos trabajan por cuen­ta del Sindicato de Patronos Mi­neros que cuenta con 45 supli­dores y da empleo a unos 200 obreros.
Debido a su desgaste los mo­linos sólo podrán rendir la mi­tad de su capacidad original y este ritmo piensan mantenerlo hasta 1973 cuando se prevé entrará la empresa Minerven a explotar las reservas de 3 millo­nes de toneladas auríferas cu­bicadas por el Ministerio.
Desde la disolución de la em­presa MOCCA, el Sindicato de Patronos Mineros venía produ­ciendo al año unos 600 kilogramos de oro que no alcanzan para abastecer siquiera el 10 por ciento de la demanda  nacional que es de unas 8 toneladas métricas al año.
Con el remiendo y puesta marcha de los dos molinos creen en el pueblo que se le podrá proporcionar trabajo s unos cien obreros más y normalizar la producción que últimamente acusaba un descenso de más de 15 por ciento.
La creencia general aquí es  que cada una de las colinas que circundan al pueblo está preñada de oro y que a El Callao quedan todavía muchos años vida minera. La explotación se inició en Caratal y Tupuquen 1829, época en la que dos o tres hombres, en sólo una samana sacaban hasta 80 onzas de oro.  Desde entonces, numerosas empresas nacionales y extra jeras han pasado por allí a explotar el oro, como la Venezuela Austin Co., la Callao Bis, Bolívar Hill, Compañía Minera Nacional Anónima, Nueva Panamá Hansa, Unión, Winchester, Chacó, Tigre, Compañía Goldsfied of Venezuela considerada con la empresa más poderosa y organizada y que operó hasta 1945: la Guayana Mines Limitad que llegó a emplear hasta mil personas y finalmente la MOCCA que terminó sus días acusa pérdidas por más de 20 millones de bolívares cubiertos con subsidios del Estado.
Hubo épocas en que El Callao llegó a producir has' mil kilogramos de oro como en 1885 por ejemplo, épocas de esplendor para el  pueblo que le brindaba  a Venezuela el orgullo de aparecer entre los países importantes que  producían oro en el mundo.  En la actualidad, con 600 kilogramos al año es difícil que aparezca,  menos cuando existes países como África del Sur que producen hasta 30 millones de onzas Troy al año.
El Callao pudiera ser  una verdadera Ciudad del Oro tanto en los aspectos físicos, social, como económico, pero no un pueblo menos como muchos pueblos petroleros que no  supieron sembrar a tiempo sus riquezas. Afortunadamente el Callao todavía cuenta con un resto de su riqueza no explotada y si ha podido aprender la lección de esto años, seguro que empezará ya a sembrar su oro para no perecer junto con el oro mismo el día en que bajo el poblado no  queden sino inmensas galerías vacías y oscuras.



DON ANTONIO LICCIONI
Don Antonio Liccioni, fundador de El Callao, era corso, pues en Córcega, lejana isla francesa del Mar  Mediterráneo, nació en 1817, precisamente cuando Guayana estaba saliendo del régimen colonial hispano, emancipada por los patriotas conducidos por Simón Bolívar y Manuel Piar.
En 1840, a la edad de 23 años, Liccioni se trasladó de Francia a Colombia, donde residió y contrajo matrimonio con Natalia Beltrán y de cuya unión nacieron siete hijos. Luego se radicó en Casanare atraído por las tierras de las antiguas haciendas jesuitas que llegaban hasta las costas del Meta, concretamente hasta el Puerto de Guayabal, donde se desempeñó como agregado comercial de la embajada francesa en Colombia  Se compenetró tanto con sus autoridades que llegó a adquirir la ciudadanía de este país para poder actuar en sus negocios con soltura y fortuna.. En 1850, en compañía del señor Agustín Norzagaray y algunos miembros importantes de la nación indígena sáliva, fundó  la población de Orocué, en tierras de los indígenas yaruros, a orillas del río Meta. Entre 1857 y 1860, ocupó el cargo de Prefecto del Territorio de Casanare, con sede principal en la ciudad de Ariporo, sobre el río del mismo nombre, desde el cual fomentó  hatos ganaderos.  En su hacienda hospedó  a los generales Juan Crisóstomo Falcón y Antonio Guzmán Blanco, quienes se encontraban refugiados en el vecino país después de la derrota de Coplé y entabla lazos de amistad con ambos y el 11 de octubre de 1864, presenta una petición al gobierno de Bogotá en la cual se hace el vocero de los ganaderos del Casanare que reclaman una indemnización por los daños sufridos como consecuencia de los combates de la Guerra Federal  venezolana (1859-1863).  
Ejerció la Prefectura de Casanare y posteriormente el cargo de Cónsul de Colombia en Ciudad Bolívar desde 1888 hasta 1894.  Adquirió los hatos ganaderos de Tocoma y La Aurora y luego, atraído por la explotación del oro de  Caratal se metió de lleno en el negocio  llegando a ser Presidente de una de las empresas explotadoras del mineral establecidas en el lugar bajo la influencia determinante del gobernador Juan Bautista Dalla Costa Soublette.

El 18 de enero de 1870 forma parte de la fundación de la Compañía Minera Nacional El Callao,  cuya presidencia asume hasta 1890 ya con un capital ampliado en 1878, a 257.000 venezolanos (Bs. 1.285.000) y luego en 1886 a Bs. 32.000.000, la Compañía Minera El Callao se convierte en el polo de atracción de toda la región guayanesa. Para el año de 1881, la producción de la mina de El Callao alcanza el primer lugar en el mundo. Debido a su amistad personal con Guzmán Blanco y a su posición como presidente de la compañía minera, Liccioni actúa como intermediario (14.6.1883) en la venta de los terrenos que le habían sido asignados al Colegio Nacional de Guayana, negocio en el cual se encuentra involucrado el propio Guzmán Blanco, entonces presidente de la República. A partir de 1890, los yacimientos auríferos de la mina de El Callao se van agotando y Liccioni decide  retirarse y pasar sus últimos días de vida en Ciudad Bolívar, dando paseos vespertinos en su Coche tirados por caballos.  En esta ciudad fallece en 1901  rindiéndosele homenajes como benemérito ciudadano y fundador de El Callao. 



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